
Todos ellos han sido nuestros ojos en países machacados por la violencia, el caos, el odio y el resentimiento. Gracias a ellos hemos conocido qué ocurría en Chechenia, Sierra Leona, Irak o Haití. Nos han enseñado la crueldad de la guerra en estado puro, nos han hecho descubrir qué se esconde tras las estadísticas o los números en aquellos lugares donde la muerte se encuentra en cada esquina y nos han dejado bien claro que mientras que ellos estén en estos rincones del mundo siempre habrá una instantánea o algún artículo que denuncie situaciones que para nosotros son inimaginables.
Cuando entré en la universidad quería ser corresponsal de guerra. Era algo que, como un alto porcentaje de ilusos futuros periodistas, quería llegar a ser en algún momento, pero a medida que comencé a adentrarme en esta compleja profesión me dí cuenta que para ello necesitaba estar hecha de una pasta especial de la que creo que carezco.
Siempre los he admirado. Por su valentía, honradez, ganas de cambiar las cosas y el amor incondicional que tienen a la vida y a esta profesión. Miguel, Jordi, José, Alfonso, Jon, Emilio, Marruja o Mercedes han sido o son ejemplos de superación, una tribu que a diario se juega la vida para informarnos de la realidad más cruel.
Cuando me enteré de que Emilio Morenatti había sido herido en Afganistán se me encogió el corazón. En seguida me vino a la cabeza su secuestro en Gaza, la inquietud de muchos de sus amigos durante esas horas de angustia, la alegría de su liberación, las imágenes con su familia ya en Jerez... y el rostro de algunos compañeros que no lograron sobrevivir en situaciones semejantes. Ahora deseo que Emilio (un fotógrafo jerezano que con sus imágenes ha logrado hacer reflexionar a muchos y del que nos sentimos orgullos en esta gran ciudad) se recupere cuanto antes para que pueda volver a coger su cámara. Y es que espero verlo pronto por algún barrio jerezano mientras que planea su próximo destino.
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