miércoles, 7 de abril de 2010

Aclarando algunos términos

Desde hace algunas semanas, he observado en los medios de comunicación y algún que otro espacio divulgativo, como la incultura y la ignoracia de algunos compañeros periodistas (y algún que otro magistrado, que puede saber mucho de leyes pero de cultura general anda corto) rozaba el absurdo. Utilizar términos como feminismo para intentar ofender a alguien o para desprestigiar a un determinado grupo de personas es síntoma de desconocer, en primer lugar, qué significa dicho término, y después, de lo rídiculo que se puede llegar a ser.

El feminismo no es otra cosa que la denominación que en su dia se dio a un movimiento de mujeres que luchaba por salir de la esfera de lo privado, y que imploraba porque ésta fuera tratada como ciudadana con plenos derechos, algo que se nos ha negado hasta hacer muy poco. Ser feminista no es querer ser más que ningún otro ser humano, sencillamente sigue siendo una forma de luchar por la igualdad, exigiendo abiertamente que no se nos discrimine porque en nuesro carné de identidad ponga que nuestro sexo es mujer.

Para aquellos que anden perdidos les daré una pequeña reseña historia  con sus correspondientes anotaciones:

A pesar de que el feminismo parece haber dado uniformidad a una compleja batalla, es importante tener en cuenta que la realidad es muy diferente, y es que dentro de los movimientos feministas han existido y existen diversas corrientes. Para entender mejor esa gran gama de teorías o visiones que imploran por la igualdad entre sexos es importante hacer un repaso a la historia de una lucha que, a pesar del tiempo transcurrido, se mantiene con mayor o menor intensidad dependiendo de la zona del mundo donde nos encontremos. De hecho la realidad de la mujer en países como Irán, Sudán, Egipto o Afganistán dista mucho de la que vive este sexo en Occidente o Latinoamérica, y por ello al margen de las teorías feministas, existen movimientos muy dispares adaptados a la forma de vida de cada zona.

Los primeros síntomas de que un cambio importante se avecinaba en Occidente se dieron durante la época de la Ilustración Francesa. Las mujeres comenzaban a tomar conciencia de su situación, una realidad que las oprimía y que les negabas cualquier tipo de derechos, ya que hasta ese mismo instante, el sexo femenino se había mantenido a la sombra del varón. En 1789, las damas no sólo tomaron las calles iniciando la Revolución Francesa, sino que también exigieron acceder a la política mostrando claramente unas exigencias que se centraban en la exclusión de los varones de los oficios de las mujeres, el acceso a la escuela, una mayor protección de sus intereses económicos y personales en el matrimonio y la familia y, cómo no, el derecho de las mujeres a contar con una representación política propia. Crearon clubes sociales y tras la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1879) alzaron la voz para exigir que se las tuviese en cuenta. Olimpia de Gouges publicó, dos años más tarde, la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana donde dejó muy claro que “una mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”. La mujer debía poder subir al cadalso y por tanto exigió el derecho de que ésta estuviera representada en la elaboración de las leyes que la juzgaba.

Pero en Francia estos primeros golpes en la mesa de las mujeres intentaron ser silenciados de muy diversas formas. De un lado, filósofos como Jean-Jacques Rousseau o Immanuel Kant intentaron justificar de todas las formas posibles la “necesidad” de que las mujeres permanecieran recluidas en la esfera de lo privado. Argumentaban, entre otras muchas cosas, que ellas eran seres sentimentales no racionales por lo que no podían pertenecer al mundo de la política. Esta negativa a cambiar el orden establecido en relación a la diferencia de sexos se endureció aún más durante la etapa jacobina que cerró todos los clubes y sociedades femeninas, mandó guillotinar a mujeres como Olimpia de Gouges y endureció las leyes contra la mujer con el fin de que ésta volviera a al hogar.

En 1804, Napoleón Bonaparte, en su Código Civil, excluyó a las mujeres de los derechos civiles y las definió como menores de edad, siempre tuteladas por sus maridos o padres, norma que en muchos países occidentales se mantuvo hasta hace muy poco.

Es importante señalar que en 1792, una librepensadora de excepción, Mary Wollstonecraft, publicó Vindicación de los Derechos de la Mujer donde expuso la clave para que la mujer lograra su emancipación: la educación. A lo largo de esta obra, Wollstonecraft defendía el hecho de que si una mujer ha sido educada correctamente estará capacitada para razonar y poder dirigir el destino no sólo de su familia sino también de la sociedad. Rechazó “la ciega sumisión” del sexo femenino y fue tajante con el sexo masculino: “me parece que los hombres actúan de modo muy poco filosófico cuando tratan de lograr la buena conducta de las mujeres manteniéndolas siempre en un estado de infancia” .

Además de ello, en Francia las fábricas comenzaban a llenarse de obreras que tomarían conciencia de su situación, de forma progresiva, al observar las grandes desigualdades que en este terreno existían entre hombres y mujeres, como el hecho de que ellas estaban pero pagadas a pesar de desempeñar los mismo trabajos que ellos. Así, a las mujeres burguesas de clase media que habían iniciado la lucha por los derechos de la mujer se les fueron sumando otros perfiles de damas que pusieron de manifiesto que el cambio había comenzado.

En EE UU, la lucha por la abolición de la esclavitud y la reforma religiosa que tuvo lugar a mediados del siglo XIX hizo que las mujeres norteamericanas reflexionaran seriamente sobre su situación. Asimismo, en 1848, se llevó a cabo el Primer Congreso Feminista en tierras estadounidenses. Fue en Séneca Falls, un pequeño pueblo del estado de Nueva York, y sus artífices fueron Lucrecia Mott y Elizabeht Cady-Stanton. En él se reclamó la igualdad entre los hombres y las mujeres, la equidad salarial, el derecho a la libertad, al patrimonio, al empleo, a la educación, a la participación política y la abolición de la doble moral sexual. Tras la negativa del Estado norteamericano a otorgar el derecho al voto a la mujer y la obtención de éste para el hombre negro, Susan B. Antony y Elizabeth Cady-Stanton constituyeron la Asociación Nacional Americana Prosufragio de la Mujer, con lo que inauguraron la larga etapa de mayor militancia reivindicativa centrada en el sufragio hasta que éste fue concedido en 1920.

Volviendo a Europa, se debe indicar que en esta primera ola del feminismo hubo numerosos movimientos que exigieron en cada uno de los países de este continente que la mujer alcanzase el estamento de ciudadana exactamente igual que los varones.

Una vez que el sufragio femenino fue conseguido de forma progresiva en países como Inglaterra, España o Francia el feminismo entro en una segunda fase: se analiza el papel que ocupa la mujer en la sociedad y se pide una redefinición del mismo. Escritoras como Simone de Beauvoir, quien publicó en 1949 su obra titulada El Segundo Sexo, propusieron la creación de una nueva mujer que diera la espalda a los roles tradicionales donde el sexo femenino había sido destinado a ser esposa y madre. Asimismo, De Beauvoir defendió la idea de que “la mujer se hace, no se nace”, ya que hay que separar la naturaleza de la cultura porque las mujeres somos una construcción cultural. Más tarde, las ideas de Betty Friedan, a través de su libro La Mística de la Feminidad (1963), muestran que el rol tradicional que la mujer desempeña la asfixia. Y es que aquellas mujeres que se han comportado como “debían” (es decir, se han casado, han tenido hijos y desempeñan las labores del hogar) se dan cuenta de que se sienten vacías. Un mal que no tiene nombre les oprime el pecho y les hace salir a la calle en busca de aquello que les llene de felicidad. Las mujeres deciden cambiar su estado en la sociedad e inician una trayectoria que les llevará a exigir leyes más igualitarias como una reforma en la ley del divorcio, que se condene la violencia sexista y que se dignifique el trabajo doméstico. Esto sin obviar que la conciencia de tener una sexualidad propia comenzaba a dar pasos firmes entre una mitad de la población que jamás había pensado en ello de forma clara y pública. Así, se exige el derecho al goce del sexo y se inician las reivindicaciones relacionadas con el uso de métodos anticonceptivos como la píldora o el derecho a que la mujer pueda decidir en temas como el aborto.

De esta forma, se llega a la tercera ola del feminismo donde las mujeres insisten en la necesidad de llevar a cabo un nuevo pacto social. El sexo femenino en Occidente ha conseguido salir de la esfera privada a la pública, ser reconocido, tener autonomía, pero para que este sistema se sustente es necesaria una democracia paritaria que rompa con los techos de cristal femeninos que aún hoy existen. Y en eso andamos metidas algunas, aunque a muchos les de miedo que rompamos el orden que ellos han establecido o se empeñen en despretigiar un lucha que, repito, sólo pide igualdad.

Ya estoy un tanto harta de escuchar bobadas sobre el feminismo. Ojála no fuera necesario alzar esta bandera, porque significaría que hemos logrado alcanzar nuestro objetivo. No obstante, me parce a mí que todavía nos queda mucho por trabajar, y hablo sólo en Occidente, porque si ya focalizamos nuestra atención en otras zonas... apaga y vamonos.

Y sí, soy feminista.